Aida Chertkoff

Nació en Concordia (Entre Ríos) en 1946. Realiza sus estudios de Arte en los Talleres de la Escuela de Artes Visuales de Concordia, especializándose en Grabado en Buenos Aires. En 1982 realiza su primera muestra individual y a partir de ese momento participa regularmente en Salones Nacionales y en ferias y Bienales Internacionales.

“Autorretratos de Papel”

En las obras que integran la nueva muestra de Aída Chertkoff la artista abandona el tratamiento seriado de sus trabajos anteriores para instalarse definitivamente dentro del terreno de la obra única. La muestra, estructurada en dos sendas, comprende los trabajos agrupados bajo los nombres “Relicarios” y “Corazas”. De la mano de una extrema delicadeza y un compendio de sutilezas Aída trae de su memoria y los plasma en papel, los recuerdos y vivencias que deseó atesorar. En la primera serie, la utilización de piezas muy pequeñas y delicadas, que van desde antiguas figuritas de papel a elementos vegetales, y la elección del bordado como método de terminación para constituir los relicarios, nos presenta una obra hermosa y frágil, que habla tanto de lo volátil de la memoria como de la efímera condición de quien la ostenta.
Por otro lado, en “Corazas” la tensión parece estar puesta en las consecuencias de los recuerdos y las vivencias, en los desgarros y cicatrices pero también en los buenos momentos transitados, la experiencia como aprendizaje y ganancia. Al mismo tiempo estas corazas, tan frágiles como los relicarios, nos envuelven en la fantasía de la protección, nos cobijan, nos amparan de los riesgos aunque sea de manera ilusoria. También en esta serie es fundamental la elección que la artista hace de los materiales con los que trabaja, acentuando el sentido que transmite la obra.
La propia identidad, sus orígenes, su búsqueda, su comprensión y su aceptación es de los temas que más ocupan al ser humano. En la medida en que el microcosmos es reflejo del macrocosmos podemos participar y sentir la obra de Aída, podemos sentarnos en el patio de la casa de nuestra infancia, bajo el árbol que estaba allí antes de que naciéramos y que estará allí cuando no seamos ni tan solo un recuerdo, podemos regalarnos un suspiro dulce y tranquilo y pensar en un gracias sin peros.

Hernán Raggi